20101211

LOS HIDALGOS DE VILASELÁN. José María Rodríguez Díaz

Mientras en Francia la Ilustración imponía sus principios basados en la razón, la igualdad y la libertad, que en el año 1789 desembocarían en la famosa revolución contra el poder absoluto del llamado Antiguo Régimen, marcando así el final del absolutismo, para dar paso al Nuevo Régimen o Estado Liberal, fundado en la igualdad, la libertad y la democracia, con el ascenso al poder de las masas populares y de la burguesía, España continuaba sometida a ese férreo y medieval dualismo que dividía al pueblo en dos estados, el estado noble, con sus exenciones y privilegios, y el estado general o pechero, con sus tributos y cargas, en el que estaba dividida la sociedad desde la colonización romana.
Dos estados diferentes de sociedad, con distintos privilegios y obligaciones, que tenían sus reflejos en la forma de vida de nuestras pequeñas comunidades del mundo rural, como ocurría en la feligresía de Vilaselán.
En el Vilaselán del siglo XVIII había dos familias hidalgas, la Casa de Guimarán, con don Bernardo Rodríguez de Arango y Mon como cabeza de familia, de 50 años de edad, y un descendiente varón: Bernardo Felipe. Una Casa, cuya mansión habitacional aún conserva en la actualidad en su fachada el escudo testimonio de su nobleza. Y era la otra la de O Carrancón, con don Pedro Álvarez de Monteavaro al frente, de 48 años de edad, con seis hijos varones: Juan, Diego, Pedro, Domingo, Francisco y Bernardo. En la fachada de esta Casa se conservaba no hace aún mucho tiempo, según recuerda su actual descendiente, el escudo, testimonio de su hidalguía, que desapareció en las últimas obras de remodelación de la vivienda. A estos dos hidalgos se hace referencia en el libro sobre “VILASELÁN, Aproximación Histórica”, de José Mª Rodríguez Díaz, publicado en 2010.
Su hidalguía les venía dada por su condición de herederos, en línea directa, de sus ascendientes, pertenecientes al estado noble, oriundos del lugar de Monteavaro, en la feligresía de Presno, concejo de Castropol. Personas “tenidas y comúnmente reputadas por cristianos viexos, así ellos como sus ascendientes por todas líneas, limpios de toda mala raza de moros, judíos, sarracenos, impenitenciados por el Santo Oficio de la Inquisición, ni de los nuevamente convertidos a nuestra santa fe católica, ni otra mala secta ni raza”, como rezan las Cartas Ejecutorias de su hidalguía, que hoy se conservan en poder de sus descendientes de O Carrancón, en Vilaselán.
Como tales nobles, tanto ellos como sus familias, gozaban en Vilaselán de ciertas prerrogativas, honras, exenciones tributarias y de servicios, franquezas y libertades, de las que carecía el pueblo perteneciente al estado general o pechero, que estaba obligado a participar en las cargas sociales y tributarias, en los servicios y utilidades de las que los hidalgos estaban exentos. A los hidalgos, en cambio, correspondía estar dispuestos con sus armas y caballos para el servicio del rey en cualquier momento en que fueran requeridos para dicho servicio.
Cada tres años se nombraban empadronadores para hacer los censos o padrones en las feligresías, con distinción de ambos estados, nobles y pecheros llanos, con el fin de que los repartidores pudieran distribuir entre los vecinos las cargas, elecciones de oficios, servicios honoríficos y tributos que se debían pagar al Estado. Relaciones que, al no respetar los derechos de hidalguía, adquiridos por sus titulares, eran con frecuencia origen de grandes pleitos.
Es aquí en donde empieza la historia que pretendo relatar relativa a la nobleza de los hidalgos de O Carrancón, que se vieron obligados a solicitar una Carta Provisión de continuación de hidalguía en la Corte y Cancillería Real de Valladolid por haber sido excluidos del estado noble al que pertenecían. 
Lugar da Casa do Carrancón, no centro da imaxe (Planeamento urbanístico, AF25)

El linaje hidalgo de los Monteavaro, apellido toponímico relativo a su lugar de origen, se había establecido en O Carrancón, en Vilaselán, a comienzos del siglo XVIII, con el matrimonio de don Pedro Álvarez de Monteavaro, casado con doña Antonia Fernández, de Vilaselán. Su padre, llamado también Pedro, que en esas fechas se había establecido en Ribadeo y antes en Ove, era hijo, nieto y biznieto, respectivamente, de Antonio, Domingo y Lope Afonso, su abuelo, bisabuelo y tatarabuelo, hidalgos notorios de sangre, oriundos de la Casa de los Monteavaro, del lugar de Monteavaro, perteneciente a la feligresía de Presno, hoy de Belmonte, en el concejo de Castropol. Y como tal hidalgo, en el año 1702 fue reclamado, junto con otros hidalgos de esta comarca, para presentarse en la villa de Vigo para defender el tesoro de su Majestad, sito en el puerto de Vigo, de la pretensión de las flotas inglesa y holandesa que pretendían robarlo.
Fallecido el hidalgo don Pedro Álvarez de Monteavaro, de O Carrancón, el 27 de octubre del año 1754, dejó viuda y seis hijos, menores de 25 años, que era entonces el término que marcaba la mayoría de edad, pero todos hidalgos notorios y de sangre.
Y aunque el responsable de la ejecución de las relaciones censales era el Justicia Ordinario del concejo de Ribadeo, faltaba a veces a su obligación, permitiendo que los censos fueran hechos por los mismos vecinos de cada parroquia, “dando así ocasión a que muchos que eran pecheros llanos se introdujeran en el estado noble y, al revés, empadronando a los que eran conocidos y notorios hidalgos en el estado pechero, no siéndoles fácil, después, probar su hidalguía”. Y sucedió que el vecino Manuel García do Barreiro, empadronador responsable de la relación y clasificación de vecinos de Vilaselán, hecha en el año 1754, no incluyó en el listado de nobles a la viuda ni a los seis hijos descendientes de don Pedro Álvarez Monteavaro, despojando así a esta familia de su rango de nobleza e incluyéndolos en el estado general o de pecheros. Las consecuencias prácticas de este atropello no tardaron en dejarse ver. El teniente de milicias, encargado de planificar los servicios defensivos de la comarca y de la villa de Ribadeo, incluyó en el sorteo de milicianos a Juan, el hijo mayor de don Pedro, en el repartimiento hecho para tal fin.
En vista de tal atropello, don Juan Álvarez Monteavaro, hijo mayor de don Pedro, en su nombre y en el de su madre y hermanos menores, el día 27 de mayo de 1755, acudió y presentó una súplica ante la Corte y Cancillería de Valladolid reclamando una Real Carta Provisión de la continuación de su estado de hidalguía.
Después de un largo, laborioso y costoso proceso, en el que el abogado de don Juan Álvarez de Monteavaro, don Manuel Pardo de Rivadeneira, desarrolló un exhaustivo trabajo de recogida de pruebas sobre la nobleza de sus ascendientes para probar la hidalguía del demandante ante la Corte y Cancillería Real, la Sala de Valladolid despachó una Provisión de su Majestad “para la parte de Juan Álvarez Monteavaro, para que la Justicia, Regimiento, Concejo, vecinos y estado de hombres buenos, empadronadores y repartidores de la feligresía de Villaselán, jurisdicción de la villa de Ribadeo, Reino de Galicia, se continúen y mantengan en la posesión de su hidalguía. Y en consecuencia, por ahora y sin perjuicio del Real Patrimonio, le pongan y asienten en las listas, nóminas y padrones de los hijos dalgo, y le guarden las exenciones, franquezas y libertades que como a tal le corresponden y se guardan a los demás hijos dalgo; y le tilden, testen, rayen y borren de cualquiera listas, nóminas y padrones de pecheros en que le hubieren puesto, y le pongan y asienten en ellos por tal hijo dalgo. Y si por razón de pechos de pecheros le hubiesen sacado algunas prendas o maravedís se las vuelvan y restituyan libremente y sin coste alguno”. Y en este tenor continúa el Auto fijando una sanción de 40 ducados de vellón para Manuel García do Barreiro por el perjuicio ocasionado con reprobable su actitud. Y así fue como los Álvarez Monteavaro, de O Carrancón, conservaron sus privilegios y nobleza durante largos años. Lo que no conservaron fue el apellido Monteavaro, que esta rama de la familia acabó perdiendo con el transcurso de los años, sin que se pueda fijar la fecha exacta de su desaparición; aunque consta que aún lo utilizaban en el siglo XIX. En efecto, en el año 1802, aparecen citados los descendientes, Pedro y Domingo, relacionados con este apellido en la protesta popular contra el cobro del décimo de las patatas.
De tan nobles ascendientes quedan aún hoy entre nosotros sus descendientes directos, respetables, nobles y queridos vecinos, Don Baldomero y Doña Aurora, residentes en la casa de O Carrancón, don José María, en la casa de A Senra y doña Angustias, en la casa de Floro de A Vilavella. Son los últimos testimonios vivientes de la antigua nobleza de Vilaselán. 

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