20161121

Naufragios y faros. Artigo de Pablo Mosquera



Hubo un tiempo en que el oficio de mareante representaba un destino con dos temibles citas: el medio marino: salado y húmedo, capaz de provocar un envejecimiento prematuro en hombres que se hacían a la mar con edades muy tempranas; temibles cambios de mar bella a temporales capaces de estrellar los buques contra arrecifes, en una historia interminablemente dramática.
Viernes lluvioso y ventoso. Emprendemos viaje a la punta marina más al norte. Llegamos al mágico lugar de Bares. Nos espera nuestro amigo Eugenio Linares Guallart. Me anunció que había escrito un libro dónde se recogen sus descubrimientos arqueológicos. Y es que, este ovetense, con más de treinta años en el majestuoso Faro para La Estaca de Bares, es un personaje de novela.
Con las últimas y tenues luces del atardecer otoñal, subimos por la escalera que fundieron en Sargadelos. Mis acompañantes, Aventados, un sanciprianés viajero con probados dotes para el teatro, y un hijo de la ciudad del Landro, pescador y cazador, amante de la historia del tango. Nos juntamos en ese lugar que está sólo al alcance de unos pocos mortales. La linterna del Faro más al norte de la Península Ibérica, justo donde se cruzan las almas de los pecios y marinos que naufragaron entre Atlántico y Cantábrico. Luego, Eugenio, cargado de nostalgia, se detiene ante los modernos instrumentos que permiten saber todo lo que está pasando en esa autopista infinita que es la mar. "¿Qué va a ser de los faros?. Mientras la luz que hemos visitado alcanza 30 millas, esta señal por satélite alcanza más de doscientas."
Nos reunimos en torno a una mesa de una estancia con gruesas paredes graníticas. Buen vino, excelente queso de Arzúa, y desde luego chorizos del país. Todo lo necesario para una tertulia entre gentes "antiguas", por seguir siendo alcaides del patrimonio de la humanidad, en este caso, una Catedral de la costa. Un faro construido en el siglo XIX, pero causalmente, ya que hubo, antes, otros tres faros del mundo antiguo, para orientación de mareantes: griegos, fenicios, romanos, normandos...
Estamos pisando un lugar sagrado. Desde los muros de un Castro celta romanizado, hasta una villa romana, y desde luego, el puerto de refugio de toda suerte de naves, en su discurrir por la mar. Cerca, a nuestra vista, la isla de la Coelleira, aquella con Monasterio que cobraba diezmos y primicias a los balleneros de Bares. Aquella desde la que, en noches de plenilunio, la Santa Compaña de los Templarios, se desplaza hasta la Igresia Bella en la playa de la Concha, para cantar salmos a los enterrados tras una cruenta batalla.
Hace su aparición una guitarra con historia cubana. Eugenio nos hace partícipes de sus composiciones, para la soledad o para la compañía, en torno al animal fuego. Todos cantamos, al viejo estilo de aquellos personajes de la tripulación del capitán Flint o Jhon Silver El Largo. Estamos a punto de embarcarnos hacia la Isla del Tesoro.
Un tesoro que consiste en la defensa de nuestros faros, Santo Grial en la historia de la navegación. De esto, les prometo que hablaremos este miércoles 23 de noviembre, en el centro Social de ABANCA de Viveiro. Sin faros, no volverán a existir personajes como Eugenio El Torrero de Bares... Tito de Erundina o Eugenio Del Valle.

1 comentario:

Anónimo dixo...

Gracias, Bígaro. Lo recuerdo con nostalgia.